Antes de que
empieces a leer esta nota y ojalá, de corazón, lo hagas, y además te guste, dejame
preguntarte: ¿Cuánto tiene que ser el beneficio que te conforme, como para que
se justifique que asumas un riesgo importante?
Si existe un
diagnóstico consensuado, es que el mundo en general y la Argentina en
particular atraviesan una fuerte crisis de confianza y credibilidad que nos
coloca en zona de alto riesgo.
Para algunos
vale la pena asumirlo porque la renta obtenida es mucha y para otros, que no
confían en quienes conducen, es preferible dejar pasar este viaje, más allá de
las promesas de interesantes rentas.
La idea de
esta nota, entonces, es que pensemos juntos si aun sabiendo que Argentina
ofrece oportunidades muy rentables de inversión, vale la pena asumir ese
riesgo, o como sugiere el título de esta nota, de hacerlo, que sea con la plata
de otro.
El precio de
los activos y la calidad de los inversores siempre son muy buenos termómetros de
la sensación térmica sobre las expectativas y la percepción del riesgo
implícito.
El mercado
de capitales resulta ser un gran formador de “valores” en todo sentido. Valores
mensurables monetariamente y “valores éticos” que son los que determinan si un
activo o una persona logra perdurar en el tiempo. Ganar puede ganar cualquiera,
sin embargo, para trascender en el tiempo se necesita mucho más que valores
monetarios, se necesita “prestigio”.
El prestigio
no se compra, se gana, se merece y se logra por lo que se hace, por los hechos
y no por lo que se dice o relata.
Los
inversores destinan su capital a proyectos o a historias bien contadas y a
conductores o gestores que saben ejecutarlos. Siempre el mercado interpreta mediante
la evolución de los precios de los activos si se van cumpliendo con
transparencia los objetivos planeados.
Si invierto
en una empresa o en un país sin prestigio o de mala reputación porque rinde el
doble, ¿debería quejarme luego si me veo defraudado?
Por eso, una
vez más, el mercado demuestra que son las acciones de las personas y el
comportamiento de las instituciones las que inciden en la tasa de descuento
exigida por los inversores.
Por suerte, a
diferencia del sistema político actual (que se va quedando sin líderes influyentes)
el sector privado sigue generando grandes referentes. Con sus actitudes, Warren
Buffet, Jeff Bezos, Elon Musk, Jack Ma, y sumo a Marcos Galperín, saben marcar
tendencia. Contaron sus historias, los inversores las compraron y como buenos
gestores, transformaron esas historias en realidades tangibles.
Elon Musk
demostró con 44 millones de seguidores en (Joe Biden tiene la mitad y
el Papa Francisco, 5 millones) que una observación suya puede ser más potente
que cualquier análisis profundo. Seguramente ya se cansaron de leer esta semana
las historias de Signal, GameStop y su influencia en el mundo cripto.
Supongamos
por un instante que alguien se gana nuestra confianza e invierte en un activo.
Luego empieza a opinar en sus redes de las bondades de ese activo. Si confiamos
en ese referente, ese activo va a tener más demanda y subirá de precio. Luego
que el precio sube lo suficiente, este personaje muy respetado vende y dice: “amigos
ya subió lo suficiente, yo ya vendí” ¿Qué crees que haremos en consecuencia?
Venderemos y el precio bajará. Moraleja: encontramos al gurú y todos conformes
(obviamente, mucho más ese gurú). ¿Ustedes creen que Elon Musk, dice “me gusta
este activo, primero compren ustedes que después compro yo” o compra primero y luego
difunde?
La buena
reputación ganada por una persona a través del tiempo, no por lo que dice sino
por lo que hace, termina siendo una cantera infinita de buenos negocios.
Siempre,
pero siempre, es el usuario o el consumidor el que valida con sus actos una
historia, un precio o una tendencia. Porque es el que tiene la decisión final
si algo perdura o no en el tiempo. El desafío, entonces, es adelantarse a la
reacción de las personas.
En la
política el deterioro de la credibilidad es muy notorio. ¿Ganó Biden o perdió
Trump? ¿Ganó Bolsonaro, o perdió el sistema tradicional de la política
brasileña?
Si el
resultado de una contienda muestra que ganó el menos resistido, no significa
que éste inspire confianza. Y resulta difícil construir algo duradero sin esa
confianza.
Es que una
de las técnicas más comunes en una campaña electoral es que el gobierno prometa
mega inversiones, respaldadas por proyecciones optimistas, difíciles de
cumplir.
Pero ninguna
de esas promesas políticas revela cómo se van a financiar realmente esas
inversiones, ni tampoco revela los efectos colaterales que conlleva un aumento
del déficit fiscal ocasionado por esas promesas: suba de impuestos, incremento de la deuda o mayor
emisión monetaria, por ende, mayor inflación.
Esta
disonancia justifica el escepticismo de que los resultados de un gobierno vayan
a coincidir con sus promesas. Por eso últimamente, los dirigentes políticos
necesitan apoyarse en personajes famosos para buscar algún respaldo.
Riesgo argentino: Una de las mayores ventajas de
invertir en nuestro país es que se pueden obtener altos beneficios. Sin embargo,
uno de los principales inconvenientes es que perdimos prestigio y reputación y
el que invierte lo hace como la haría si tuviera que atrapar a una víbora: con las
manos del otro.
José Luis Borges decía: "El argentino
prefiere pasar por inmoral a pasar por zonzo, la deshonestidad, según se sabe,
es venerada y se llama viveza criolla". Yo creo que aquí radica nuestro
principal problema económico que no nos deja progresar.
YPF es un
ejemplo de pérdida de prestigio. Casi todas las petroleras del mundo financian
sus inversiones a un costo del 4% anual. Si sus inversiones dejan un rédito
promedio del 10% anual, significa que 6% van para los accionistas y 4% para los
acreedores. Nuestra YPF, con suerte, si logra reprogramar su deuda se
financiará al 9% anual. O sea, trabajará para los acreedores, y deja sin
rentabilidad a sus inversores, entre ellos el propio Estado.
El crédito
es el termómetro de nuestra reputación. No cumplir con los compromisos asumidos
es un mal negocio. Los acreedores ya no cuestionan nuestra capacidad de pago
sino nuestra voluntad de hacerlo.
Pregunto
entonces:
1) Si es
verdad que el mundo se nos viene encima ¿por qué todos los mercados están en máximos
históricos y el nuestro al 20% de lo que supo valer?
2) Si somos
los mejores del barrio en materia sanitaria y económica, ¿por qué a nuestros
vecinos Brasil, Perú, Uruguay, Bolivia, Chile o Paraguay le prestan dinero y a
nosotros no?
3) Si el
tipo de cambio oficial no está atrasado, ¿por qué restringen importaciones o ponen
límites a la compra de dólar ahorro? ¿por qué obligan a los exportadores a
liquidar sus divisas?
4) Si la emisión
no genera inflación ¿por qué la gente ahorra en dólares o en bienes, sacándose
los pesos de encima?
Cierta vez, en
busca de inversiones me dijeron: “Lo importante no es solo lo que hace un
gobierno, sino cómo reacciona la sociedad ante ello.”
Entonces, no
puedo no cerrar esta nota sino con un cuento de un autor desconocido que
ejemplifica que, muchas cosas injustas suceden porque lo sociedad lo avala:
PARA
QUÉ SIRVEN LAS LEYES
Una mañana,
cuando nuestro nuevo profesor de “Introducción al Derecho” entró a nuestra
aula, lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un compañero que estaba
sentado en la primera fila:
- ¿Cómo te llamás?
- Me llamo
Juan, señor.
- ¡Fuera de
mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! - gritó el catedrático en forma
desagradable.
Juan estaba
desconcertado. Cuando reaccionó se levantó torpemente, recogió sus cosas y
salió del aula. Todos estábamos asustados e indignados, pero nadie dijo nada.
- Está bien
-dijo el catedrático. - ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las leyes?...
Seguíamos asustados,
pero poco a poco comenzamos a soltarnos y a tratar de responder su pregunta:
"Para
que haya un orden en nuestra sociedad"- ¡No! gritó el catedrático.
"Para
cumplirlas” -"¡No!"
"Para
que la gente mala pague por sus actos"
-¡¡No!! ¿Pero es que nadie sabrá responder
esta pregunta?
"Para
que haya justicia", dijo tímidamente una chica.
- ¡Por fin!
Eso es...para que haya justicia. Y ahora, ¿para qué sirve la justicia?
Todos
estábamos muy molestos por esa actitud tan grosera. Sin embargo, seguíamos respondiendo:
"Para
salvaguardar los derechos humanos"
-Bien, ¿para
qué más?, preguntó el profesor.
"Para
discriminar lo que está bien de lo que está mal"
- Sigan que
ahora van mejorando
"Para premiar
a quien hace el bien."
-No está mal,
pero respondan ahora a esta pregunta: ¿actué correctamente al expulsar de la
clase a Juan?
Todos nos
quedamos callados, nadie respondía.
- Quiero una
respuesta decidida y unánime.
- ¡¡No!!-
dijimos todos a la vez.
- ¿Podría
decirse que cometí una injusticia?
- ¡Sí! -gritamos
todos.
- ¿Por qué
nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas si no disponemos
de la valentía para llevarlas a la práctica? Cada uno de ustedes tiene la
obligación de actuar cuando presencia una injusticia. ¿Entendieron? ¡No vuelvan
a quedarse callados nunca más!
- Vayan a
buscar a Juan dijo, y aquel día recibí la lección más impactante de mi clase de
Derecho.
Cuando no
defendemos nuestros derechos perdemos la dignidad, sin dignidad no se genera
respeto, sin respeto no tendremos prestigio, sin prestigio no haremos buenos
negocios que trasciendan en el tiempo.
Argentina
tiene excelentes oportunidades de buenos negocios, levantemos la frente y
trabajemos en mejorar nuestro prestigio. La esencia de un buen mercado de
“valores” es precisamente
tener buenos “valores”.
Equipo Bolsar