–¿Cuál sería una política de Estado mínima para afrontar los problemas que se presentan este año?
–En 2019, el planteo debe partir de que en este período electoral ya llevamos cuatro años de un gobierno con un problema de credibilidad muy grave. En 2018, como no iba a haber elecciones, supuestamente se iban a realizar las reformas estructurales y se iba a quebrar la tendencia de que el PBI subiera un año y bajara al siguiente. Nada de eso sucedió. ¡Qué poco sabemos! Entonces, ¿para qué vamos a hacer un ejercicio de imaginación hacia adelante?
–El Gobierno prevé un lento descenso del índice de inflación. Esta tendencia, si se concretara, ¿podría tener continuidad y alcanzar valores más razonables?
–Desde hoy no lo veo… Los gobiernos siempre dicen que las cosas van a mejorar: no pueden decir otra cosa. Este gobierno empezó el 10 de diciembre de 2015 con un determinado nivel de credibilidad…
–¿Las tasas altas y la recesión no colaboran, aunque sea indirectamente, para bajar la inflación?
–Esos factores están colaborando, y de manera directa, a generar un problemón fenomenal que, o bien se corrige rápido, o se resuelve como en el pasado: con licuación de pasivos, pesificación asimétrica y consecuencias de ese tipo. El tamaño de la crisis, su intensidad y duración, obligan a que las autoridades se pongan a pensar y actuar con rapidez. Ojalá yo esté mal informado y en el momento que tenemos esta conversación se esté cocinando algo contundente para afrontar la situación.
–¿Qué opinión le merece la actual política monetaria de instrumentos con tasa alta que se van sustituyendo unos a otros?
–Hay una lógica financiera que tiene efectos reales. Cuando un pizzero se endeuda al 60%, para poder pagar su deuda en algún momento tienen que ocurrir dos cosas: que la tasa de inflación también sea del 60% y que no le caigan las ventas. Hoy no ocurre ninguna de las dos cosas. En este contexto, sería un milagro que el tipo pudiera pagar su deuda.
–¿Cuál supone usted que es la expectativa del equipo económico en este contexto?
–Acá hay que mirar al Presidente, no a los ministros. En un país presidencialista y personalista como el nuestro, los asuntos se dirimen del Presidente para abajo, no de los ministros para arriba. Ahora, el Presidente ha elegido tener un número X de ministros que se ocupan de la economía –a los que además se agregan coordinadores, Jefe de Gabinete, etcétera–, y el resultado de esto es que nadie está a cargo. Yo no me lo imagino al Presidente tomando todos los indicadores del INDEC y diciendo: “Tomá, pibe; mirá lo que salió de Producción, de Balanza comercial, de Empleo, de Pobreza… Esto así no funciona. Sentate a estudiarlo y vení en dos semanas a decirme qué hay que hacer”. A mí me encantaría que esto ocurriera, pero tengo mis serias dudas al respecto…
Un ajuste en simultáneo… con sustancia técnica
De un tiempo a esta parte, Juan Carlos de Pablo ha insistido en un concepto básico que, sin embargo, no parece haber sido contemplado por las autoridades políticas: “El ajuste fiscal tiene que ser presentado de manera simultánea, en todas las medidas que se quieren tomar. Las medidas de a una lucen vengativas. Si las medidas se toman de a una, el afectado piensa que se toman contra él. ¿Vos conocés algún sector que quiera ceder algo en algún lugar del mundo?”.
–Entonces, a la hora de hacer el ajuste, usted insiste en que el sacrificio debe ser equitativo…
–Las cosas deben ser planteadas en conjunto. Por ejemplo, ¿en qué terminó la famosa reforma impositiva? Terminó en que a los jubilados nos sacaron un trimestre. De octubre de 2017 a octubre de 2018 mi jubilación aumentó 18%, y 28% de diciembre a diciembre. En tanto, la tasa interanual de inflación es de 48%. Es grosero esto. Ahora bien, en la Argentina hay 9 millones de personas con un carnet de jubilado, de las cuales 6 millones pusimos algo y sacamos algo y 3 millones sacan algo sin haber puesto nada. Entonces, a la hora de hacer el ajuste hay que juntar todos los pedacitos y hacer todos los anuncios juntos: que me digan qué me van a sacar a mí, qué les van a sacar a los demás; que lo hagan creíble, y a cruzar los dedos.
–Para una medida de ajuste conjunta de ese estilo, ¿no se requiere de un acuerdo político y social más amplio?
–En la historia argentina, ésa es una fantástica expresión de deseo. En tal sentido, todo el mundo se refiere a los Pactos de la Moncloa (llevados a cabo en España en 1977). Ahora bien, ¿quién redactó los textos de esos acuerdos? No fueron precisamente los políticos firmantes, sino un conjunto de economistas del Banco Central español liderados por Enrique Fuentes Quintana, que era un burócrata que venía de la época de Francisco Franco. Él redactó documentos de una gran ortodoxia, apropiados al momento, cuando había que ajustar muy fuertemente la economía española. Quizás, en otras circunstancias habría confeccionado un programa distinto. Yo no me meto en la política, pero tiene que haber alguien que maneje el tema desde el punto de vista técnico. ¿Cuál es la sustancia? ¿De qué estamos hablando? En 2016 yo me inmortalicé, aparentemente, cuando dije: “El que gana una elección se joroba”. ¿Por qué? Cuando uno tiene una responsabilidad ejecutiva debe actuar, porque fue elegido para eso. Transcurrieron tres años: ya está, dejáselo a los historiadores. Ahora hay que actuar, a sabiendas de que el contexto y el capital político actuales no son los del inicio de la gestión; con lo cual, para obtener los mismos resultados que se pretendían en un comienzo, hay que ser más ortodoxo que antes.
–¿Hasta qué punto tiene relevancia el apoyo político de los países desarrollados a la Argentina, manifestado en la Cumbre del G20?
–El presidente Macri sabe aprovechar su muy buena relación con muchos de los otros líderes mundiales, y esto es anterior al G20. Macri no puede llamar a Donald Trump para pedirle que compre bonos argentinos, pero sí puede pedirle que le dé una mano con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Y eso se nota en la gran cantidad de dinero que recibió el país, con pocas condiciones impuestas desde el punto de vista técnico. Sin embargo, los argentinos no debemos abusar de eso. Nuestro problema no es el FMI. Nuestro problema es hacer un programa a prueba de argentinos. Esto es, un programa en el que los argentinos traigan los dólares en blanco (que son un montón, si se considera el éxito del último blanqueo). Ése es el desafío: un desafío no menor.
–¿Hay que cambiar o ajustar el modelo económico argentino existente, con énfasis en la exportación de productos primarios?
–Yo creo que tenemos un Estado grandísimo, que sirve para muy poco, y que no debería encargarse del modelo económico. Desde ese punto de vista, yo pretendo que las reglas sean lo más parejas posible y que se destrabe la energía empresaria. Como consultor, yo puedo documentar la increíble cantidad de energía que los empresarios y su gente gastan en llenar formularios al cuete, todo en el nombre de una planificación grandilocuente. Las cosas tienen que convenirle al que las hace. Podemos agregarle valor industrial a la soja, pero si después los chinos no nos compran, ¿para qué sirve? En la Argentina hay que empezar por tener un buen diagnóstico acerca de cómo funciona el mundo: nuestro país depende del mundo y el mundo no depende de la Argentina. Ahí es donde empieza a jugar el espíritu empresario. En la Argentina que yo sueño, el resultado de la actividad económica es el resultado de millones de acciones separadas. Más allá de las planificaciones y de las estadísticas, lo que importa es la decisión empresaria individual.