La trayectoria académica de Roberto Frenkel en la Argentina y en el exterior como docente, investigador y autor, impresiona –en principio– por volumen: varias decenas de páginas en letra apretada completan su currículum. Para un economista, todo ese minucioso desarrollo intelectual no termina de cristalizarse hasta que el conocimiento no se pone en acción en el campo social y político, y el mayor desafío en tal sentido es el de la función pública. Frenkel lo sabe porque lo ha experimentado en carne propia, y por eso conmueve a su interlocutor cuando en la charla vuelve imaginariamente a mediados de la década del 80, cuando se desempeñó como jefe de asesores del ministro de Economía Juan Vital Sourrouille durante el gobierno de Raúl Alfonsín. “El Presidente me ofreció el cargo ad-honorem y yo lo acepté sin dudarlo, pero le pedí una sola cosa: un auto para volver a mi casa de las reuniones de asesores, que terminaban a deshoras de la noche”. Hoy, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires tiene el honor de contar con el Profesor Frenkel al frente del Programa de Posgrado de Especialización en Mercado de Capitales: “La intención del Posgrado es formarse para trabajar mejor en este segmento. Entre nuestros profesores hay muchos nombres reconocidos en el ámbito del Mercado. La idea es que los docentes sean buenos académicos, con antecedentes como para dar clase; que hayan sido profesores y que al mismo tiempo estén trabajando en este ámbito. Que tengan experiencia. Que tengan calle”.

–Y la de nuestro mercado es una experiencia muy específica…

–Muy argentina. Y es intransmisible para alguien que no esté en un negocio como éste, con tantos avatares: los cambios políticos, la orientación de los gobiernos… Y ahora vamos hacia una nueva reforma del Mercado. Tendremos que adaptarnos. Por eso, nuestros profesionales-estudiantes del Posgrado deben focalizarse en este mercado de capitales, en este negocio, con estas instituciones y estas reglas de juego –que pueden cambiar, como ha ocurrido tantas veces–…

–¿Qué opinión le merece la actual reforma del Mercado de Capitales? ¿Lo ve al mercado bursátil en condiciones de ampliarse en ese marco?

–El Mercado de Capitales siempre puede desarrollarse: depende básicamente de cómo le vaya a la Argentina. Si somos capaces de estabilizar la economía, de ir bajando la inflación y el déficit público, de reducir las necesidades de endeudamiento, tendremos una mayor entrada de capitales y expectativas más estables. De acuerdo con la historia financiera de nuestro país, el argentino invierte en departamentos o en dólares (a veces, incluso, forzado a hacerlo en una semi-legalidad). Es difícil romper con eso.

–Ya es una cultura…

–Por supuesto. Es algo que ya está muy arraigado y que tiene que ver con lo mal que se han manejado las políticas económicas en la Argentina. Con la tasa de interés controlada por debajo de la tasa de inflación no vale la pena poner la plata en los bancos ni en ningún otro activo vinculado con la rentabilidad financiera. Es una historia triste…


–A propósito del tipo de interés, usted se ha mostrado crítico de que la tasa sea el articulador principal en la lucha contra la inflación…

–El objetivo de la estrategia monetaria basada en las metas de inflación (“inflation targeting”) es que el público sepa que el Banco Central quiere un determinado nivel de inflación. Este sistema fue aplicado exclusivamente en economías que ya habían bajado la inflación; sirve para manejar una inflación baja, y ha demostrado ser muy útil, pero no hay experiencia de haberlo usado para reducir inflaciones crónicas como la argentina, de 25% anual. Los países que han bajado inflaciones como la nuestra (por ejemplo, Chile y Colombia a principios de los 90) no usaron inflation targeting: recién adoptaron ese sistema cuando ya habían reducido la inflación. Las políticas anti-inflacionarias de Chile y de Colombia no se resumían a la tasa de interés: eran más complejas. Chile, por ejemplo, tenía una banda de tipo de cambio indexado a la par de la inflación. O sea que el inversor, el exportador o el que sustituía importaciones tenía una señal de la dirección en la que el Banco Central movería el tipo de cambio, justamente para evitar que las variaciones de la tasa de interés –que siempre provocan oleadas de ingreso y salida de capitales, según las expectativas del caso– afectaran el mercado cambiario. Se trataba de impedir que algo tan importante como el resultado del comercio exterior quedara sujeto a la variabilidad provocada por la tasa de interés local e internacional. Entonces, la propuesta era bajar la inflación gradualmente, pero asegurando el mantenimiento del tipo de cambio.

–En el caso argentino, ¿no existe un componente político distorsivo, oportunista, que fuerza las herramientas económicas más allá de sus objetivos y plazos de aplicación?

–Ciertamente. Por ejemplo, yo apoyé mucho el período iniciado en 2003, cuando el ministro de Economía era Roberto Lavagna. En 2005 se terminó de reestructurar la deuda, y con ello se puso fin al default iniciado en 2002. El canje nos permitió dejar de pagar una deuda de 70.000 millones de dólares. A pesar de eso, o quizás por eso, en 2007 ya igualábamos el riesgo país de Brasil, que no había tenido ningún incumplimiento de contratos financieros. ¿Por qué? Porque el inversor, aunque hubiera sido defraudado por el default de 2002, consideró que la Argentina ya había resuelto su situación económico-financiera, y miró para adelante: compró bonos argentinos con el mismo descuento de precio que los de Brasil. El Mercado siempre mira para adelante. La situación era de superávit financiero, fiscal, comercial… Sin embargo, después de 2011 –cuando lo echaron a Martín Redrado del Banco Central– comenzó esa política delirante de atrasar el tipo de cambio; y luego, cuando empezó el problema de la balanza de pagos, en lugar de devaluar pusieron el control de cambios.

Del Excel al hecho…

Además de haber contribuido a concebir el Plan Austral en 1985, Roberto Frenkel es uno de los economistas que más ha estudiado el fenómeno de la alta inflación, no sólo a partir del conocimiento académico y de las experiencias históricas sino también de la econometría (los métodos estadísticos aplicados a la economía). “La inflación que tenemos desde el gobierno de Cristina Kirchner es un bicho nuevo. La administración anterior dejó una inflación que permitía mantener el salario real relativamente alto (como está hoy, que recuperó la situación de 2015), en un esquema basado en el atraso cambiario y tarifario. Pero el atraso de las tarifas no se puede seguir sosteniendo: resulta imposible continuar subsidiando el consumo de energía eléctrica, de gas, o de transporte, porque eso se lleva casi 4 puntos del PBI. Entonces, lo que hizo el gobierno de Mauricio Macri fue plantear una reducción de los subsidios a las clases media y alta y un re-direccionamiento de esa ayuda a los más pobres. Ahora bien, tampoco se puede sostener indefinidamente el atraso cambiario. El Gobierno empezó a corregirlo”.

–El atraso cambiario, ¿no se genera en parte por la cantidad de dólares proveniente de los préstamos externos?

–Sí, pero hay maneras de evitarlo. Depende del Banco Central. Hay que tener la voluntad de hacerlo. Países como Colombia y Chile bajaron la inflación en condiciones similares a la que encontró el gobierno de Macri, pero sin atrasar el tipo de cambio más de la cuenta. Digamos a favor de la administración macrista que cuando asumieron los gobiernos que implementaron las políticas económicas de Colombia y Chile en los 90, en esos países el tipo de cambio ya estaba alto; en cambio, tras el gobierno de Cristina el tipo de cambio había quedado muy apreciado. La devaluación de 2015, que era necesaria, aceleró la inflación; entonces, el Gobierno no encontró otro remedio que volver a atrasar el tipo de cambio: o sea, dejó de comprar la cantidad suficiente de dólares para sostener el precio de la divisa. En el mercado cambiario, el principal vendedor es el propio Estado, porque prefiere financiarse con deuda internacional –en moneda extranjera– a hacerlo con emisión de pesos. No obstante, el Banco Central aún debe emitir para comprar esos dólares, y luego debe esterilizar esa emisión colocando Lebacs al 27%. En fin, creo que el Gobierno se ha inclinado a privilegiar la deuda externa.

–Muchos de sus colegas ven este endeudamiento como un problema serio en el mediano o largo plazo, y ya hablan de una crisis de deuda en el horizonte…

–Bueno, “no es lo mismo llamar al Diablo que verlo venir” (risas)… Obviamente, hoy la relación deuda-PBI sube día tras día. Es como un comercio en el que la deuda crece más que las ventas: en algún momento, lo que no era sostenible no se sostiene más. En el caso del Gobierno, los funcionarios hacen los números y, según dicen ellos, con un crecimiento de 3%, en un par de años pegaríamos la vuelta y la deuda empezaría a crecer menos que el producto. Ésa es la explicación que da la Secretaría de Hacienda, y algunos economistas dicen: “Eso es un Excel”. Sí, claro: todas las proyecciones lo son. En este caso, la proyección depende mucho de los supuestos: de la tasa de crecimiento, del escenario internacional… ¡y del clima! Ahora, por ejemplo, surge la preocupación de que hay más sequía; entonces, la proyección de ingresos en moneda extranjera según las condiciones previstas no se va a cumplir. Por otro lado, ¿cuánto va a subir la tasa de interés internacional? No lo sabemos. Además, la política estadounidense se hace cada vez más impredecible, y eso agrega incertidumbre. ¿Cuál fue la única ventaja que dejó Cristina? Que, como su gobierno no se podía endeudar en el exterior…

–Hizo de la necesidad, virtud…

–Sí, una virtud que ni siquiera aprovechó, pero que ahora nos da la ventaja de haber recibido una deuda baja con relación al PBI. El gobierno de Macri partió con una deuda baja, pero ahora la deuda crece más rápido que el PBI. Entonces, cuando vemos una situación insostenible, los economistas nos ponemos nerviosos. También hay que decir que el Gobierno no tiene muchas opciones: se trata de una situación muy difícil. No solamente carece de mayoría en el Parlamento, y por lo tanto necesita construir alianzas para votar las leyes, sino que además precisa conseguir un consenso relativo –al menos mayoritario– en la población, para hacer las cosas que son desagradables, como por ejemplo, subir la tarifa del gas por encima del promedio de precios. Y tiene que hacerlo, de la misma forma que tiene que subir la tarifa del colectivo.


Un tipo de cambio más alto

–Usted ha dicho que en determinados sectores el crecimiento industrial a la larga es ilusorio, en tanto dichos sectores no generen divisas, porque lo que necesita la Argentina es ir reemplazando los créditos de la deuda externa con divisas genuinas…

–Porque el mundo cambió a partir de 2014. Nosotros veníamos con un bache desde la crisis internacional de 2008-2009, cuando se desplomaron los precios internacionales de las commodities. Nuestra economía se había acostumbrado a los precios increíbles de la soja, del petróleo, de los minerales, aunque incluso con ese ingreso extraordinario ya había déficit de cuenta corriente y déficit fiscal. Y ocurre que cuando caen los precios de exportación se necesita un tipo de cambio real más alto. Es así de simple. Necesitamos exportar otras cosas, o al menos levantar la barrera del tipo de cambio para permitir la fabricación local de productos que puedan competir por precio con las importaciones. Eso sucedió hasta 2010, cuando teníamos un tipo de cambio alto que permitió mantener una economía abierta y, a la vez, producir camisetas que compitieran con las Nike. Hubo que mejorar la industria y hacer cosas de calidad para competir con las importadas, pero no había control de importaciones: eso se implementó después, justamente cuando se implementó el control cambiario y se atrasó el Dólar.

–Desde su inicio, el gobierno de Macri planteó para el gabinete económico un esquema de trabajo en equipo, en contraposición a la tradicional figura del “superministro”. Este modelo, ¿no genera más ruidos que beneficios?

–Voy a responder con una anécdota. Cuando yo fui jefe de asesores durante la gestión económica de Juan Sourrouille, nuestro equipo estaba integrado por gente con mucha autoestima. Nos juntábamos todos los sábados, desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la noche, para discutir la política económica, y defendíamos nuestras opiniones personales con gran convicción. Sourrouille nos escuchaba a todos y después decía: “Vamos a hacer esto”, y le llevaba la decisión al presidente Alfonsín. Era “el que cortaba el bacalao”, y ésa es la función del jefe. Esta modalidad de trabajo incluía al Banco Central, que debe ser independiente, pero con una autonomía de instrumentación de las medidas, no de los objetivos. Y en toda esta tarea, la coordinación es imprescindible. “El que corta el bacalao” es el Ministro; no se le puede pedir al Presidente que corte el bacalao, porque no es macro-economista y además necesita un fusible que tome las decisiones.

-Para resolver la situación argentina, ¿basta con política económica o se requiere de un cambio más profundo, de modelo económico?

–Nuestro actual modelo agro-exportador requiere de un tipo de cambio alto, pero un modelo industrialista también requiere de un tipo de cambio alto… Nuestro propio modelo de supervivencia requiere de un tipo de cambio alto, porque no existe eso de desarrollarse con un tipo de cambio apreciado: no hay experiencia internacional al respecto. ¿Usted conoce algún país que se haya desarrollado con deuda? Salvo que se trate de un endeudamiento para –por ejemplo– financiar la ampliación de la frontera agrícola, como fue el caso de Canadá a principios del siglo XX. En la Argentina, el endeudamiento es para financiar el gasto corriente: para sobrevivir. Es necesario un tipo de cambio más alto porque no podemos tener un déficit de cuenta corriente de 5 puntos del producto. No podemos tener déficit comercial: hoy nos endeudamos para pagar el déficit comercial y para pagar los intereses de la deuda; y a su vez nos endeudamos para pagar los salarios del sector público y las jubilaciones. El actual esquema gradualista debería encararse mejor y con menos riesgos, y a su vez completarse con un tipo de cambio más competitivo. Obviamente, en el corto plazo esto significa un poco más de inflación; eso hay que manejarlo: hacer los números y explicárselo al país. Necesitamos un acuerdo a partir de una base técnica muy sólida de política macro-económica; un acuerdo alrededor de los números, más allá de la buena voluntad.